jueves, 3 de mayo de 2012

La competitividad de la competencia social

Si conozco una historia que haría temblar de emoción a aquellos que abogan por el cambio en las personas, el llamado cambio social, el cambio del egoísmo y la competitividad por la generosidad social; esta historia es, como la de muchos aunque singular, la que narro a continuación.




En la Sierra Nevada baja de Almería, inicio de las Alpujarras Granadinas, junto a un paraje precioso en el nacimiento del río Andarax, un canto a la vida, un llanto en los albores de la guerra civil española (comienzo de una guerra que tiñó de rojo una sola piel de toro); ese llanto, dio luz a la mirada tierna de la inocencia recién parida. Nació un ser excepcional cuya vida estuvo marcada por la sincronía entre el bien, el amor y el trabajo. Una vida plena.
No podía saber en ese momento, que ya a los doce años, cambiaría la peonza y los juegos por los aperos de labranza, obligado por la ausencia mortal paterna. Fueron tiempos muy difíciles en los que la subsistencia era primordial, aciagos momentos que de manera irremediable convertían al niño en hombre.
Pasaron años extremos, de precariedad y necesidades, sin oportunidad de mejora. Acabada la guerra, la postguerra fue peor, aumentada la pobreza del país, con el estallido de la segunda guerra mundial. Entonces, ese niño tierno, convertido en hombre, tuvo siempre la esperanza de un Dios justo, de la fe cristiana, la fe en Dios, que jamás le abandonó.
En esa fe, como otros, como muchos, se instaló en la capital, esperando una prosperidad que satisficiera las necesidades. ¡Que gran argumento de vida, satisfacer las necesidades! Allí conoció y se enamoró de aquella rubia de ojos azules. 1,70 de altura. Una muchacha espectacular. Transcurrido el tiempo, penurias incluidas, y ya casado con aquella rubia, dedicó su vida a adorar y respetar su mayor tesoro, su esposa. Tuvieron seis hijos.
En la capital, su trabajo de camarero en la calle más céntrica, le reportó aprecio por las gentes, todas y de todas las clases sociales, y las venidas de los distintos pueblos de la provincia. Tan conocido en la capital como fuera de ella, por su profesionalidad, su agrado y alta calidad de servicio, además de ser bondadoso y honrado, que cualquier lugar era como su “segunda casa”.
Su segundo hijo, destacaba en el baloncesto almeriense, y pronto, el entonces ojeador del Real Madrid Manolo Sáenz (Lolo Sáenz), se lo llevó fichado a Madrid. Que orgullo y que ilusión para una familia humilde. Con 16 años, jugaba con el Real Madrid de baloncesto, junto al principiante también Corbalán.
Fue una vida llena, sufrida pero sin avaricia, sin ningún lujo, sin nada mas allá de lo necesario; una cerveza con su mujer e hijos, un paseo por el centro de la ciudad, la tranquilidad de estar todos sanos, saliendo adelante.
Nunca tuvo la necesidad de tener u obtener nada mas de lo necesario. Su esposa, sus hijos, la educación (la buena educación), un empleo que le permitiera “sacar a su familia adelante, los amigos (muchos, infinitos), su diaria visita eclesiástica, un techo y un lecho, y dignidad. Una dignidad que pocos hoy conocen.
Trabajó en el mismo puesto durante mas de cuarenta años, hasta que una grave enfermedad le indicó que al reloj de la vida no le quedaba más de tres meses. Era ya la época de los 80. Llamó a su penúltimo hijo para decirle: “hijo, cuida de tu madre, que yo ya no puedo” (le producía mas dolor no “cuidar” a su esposa, que morir), entre lagrimas por no poder cuidar él mismo, a su único amor, su esposa.
Pero (y algunos piensan que por su fe en Dios), el tiempo le quitó la razón a los médicos y vivió 25 años mas, ya jubilado y dedicado a lo que mas quería en su vida, su familia. Fue muy católico, y realizó varios cursillos de cristiandad, era seglar en su iglesia y, sobre todo buena persona, muy buena persona.
Y así, en una feliz rutina, cumplió las bodas de oro, en las que se volvió a casar. Fue una gran boda, siendo el momento más emotivo de la ceremonia cuando el párroco les hizo entrega de un Diploma con la Bendición Papal a ese matrimonio. ¡Bendecido por el Papa! Su felicidad fue completa.
Hasta que en el verano del 98, su hígado ya no pudo mas. Los médicos le dijeron seis meses, y con 77 años, sus fuerzas no eran las mismas. Tuvo 9 meses de agonía antes de su muerte a finales de mayo de 1999.
Entonces, desde el lugar donde descansan las almas de los hombres buenos, pudo ver a su esposa y sus seis hijos reunidos, velándole, queriéndole.
Su entierro fue multitudinario. En la iglesia no se cabía. La policía municipal tuvo que intervenir en el tráfico, por la gran cantidad de gentío en la calle. Quizá entre dos mil ó tres mil personas. Una misa de casi dos horas por el gran aprecio de la parroquia. Una despedida honrosa para un hombre que ante todo en la vida fue bueno, honrado, querido por todo el que lo conocía, y bendecido por el Papa.
Dejó un patrimonio. Constaba de una vivienda digna, y unos valores a sus hijos, que ya hoy, casi nadie da valor: honradez, esfuerzo, trabajo, respeto, humildad; desechando los que no importaban: envidia, competitividad social, avaricia.
Tras el entierro, un nicho, una lápida y una corona de flores allá en el cementerio.
La estela de su vida: el inmenso amor a la vida.
Este relato de un hombre sencillo, que vivió la guerra civil, las consecuencias de la segunda guerra mundial, la dictadura, la entrada de la democracia, el miedo del golpe del 23-F, es la historia de la verdad. La verdad de una vida austera, limpia en competencia sólo con el amor. En él competían el amor a la vida y el amor a su esposa.
Hoy, la masificación del consumo, el egoísmo, competir con el compañero de trabajo, con el vecino, con el rival deportivo; la consecución de una casa mejor y mas grande, otra en la playa, un coche mejor, joyas, envidia, orgullo, medrar en el trabajo a costa de lo que sea, tener mas dinero, mas, mas, mas. Deprisa, el éxito, la agonía del estrés por llegar a ser, a estar, a poseer. Gastar. Endeudarnos para conseguir, y volver a endeudarnos para mantener, conseguir más. Competir para ser competitivos, desde que nacemos.
He querido traer a este foro la historia de un hombre sencillo y grande a la vez. Un hombre que para ser feliz, sólo necesitó el amor de su familia. Un hombre que quizá sea el ejemplo de ese cambio social que, desde muchos rincones, es está demandando. Pero ese cambio social es en sí, un cambio del individuo. Es un cambio de la persona. Es vivir y ser feliz con lo necesario, alejado de propagandas y publicidad engañosa, que oprime el cerebro hasta llevar al consumismo masivo, al gasto excesivo. Es un cambio que desde lo personal, se traduce a lo social.
Un cambio social que eleva a la raza humana a seres inteligentes, que evita ser masa, para convertirse en individuo social. Que reclama la identidad del “yo en un contexto”, y no de un modelo que crea contextos para el individuo. Una libertad que no se apropia del inmaduro, una libertad que nace en el convencimiento de que se es extraordinario cuando se es único, la libertad de amar limpiamente.
Si he traído la historia de este hombre, ejemplo a seguir, es porque esta historia la conozco muy bien. Este gran hombre, fue mi padre.

ANGEL LUIS ALONSO PARA EL FORO DE DEBATES DE MARIO CONDE

No hay comentarios:

Publicar un comentario